E. Molina

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«A veces inventan un mundo sin saber
que no se entra jamás,
que hay que permanecer afuera de la Historia».

-Enrique Molina-

E. Molina



«Y ahora, por Dios, nada de imprecisiones,
el viento,
sobre la mesa revientan espumas, los muros no existen,
el viento».

-Enrique Molina-
















ABRIGO ROJO

A DIARIO

El Laberinto

viernes, 31 de agosto de 2012

LA CASA DE ESTEBAN

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LA CASA DE ESTEBAN














   Desde la casa de Esteban, hoy, a escasa luz del atardecer, estoy a punto de vivir varios días, distintos y diferentes días, un nº inagotable de veces, desde allí.


No sé qué poder ejerce ese lugar sobre mí, en general toda la calle, se me aparece como el premio más deseado en una rifa fantasma, quiero decir una rifa en la que se van abriendo uno por unos los sobrecitos para saber qué hay adentro; el premio sale solamente una vez y es difícil que te llegue a tocar pero se ve, el premio se ve todas las veces, cada una de las que abres un sobre para saber si está en él. Hay una fotografía de Willy Ronis que me molesta, la del niño que va con la barra de pan gigante, creo que es por envidia, ese niño siempre está allí pasando por esa calle por la que yo ya no he vuelto a pasar; siempre que veo esa imagen la dejo de mirar pronto porque la siento inacabada. Yo pasaba por allí, al medio día pasé por allí una vez, creo que era un domingo, me solían mandar a comprar gaseosa, en el mes de agosto, aunque podría ser julio, junio o septiembre pero seguro era agosto, al medio día; toda la gente del pueblo se encontraba a punto de empezar a comer, era seguro, nos habíamos visto hacía poco y ni siquiera me había quitado los calcetines, los zapatos o el vestido para salir a comprar y me debí distraer porque para comprar gaseosa no había que ir por allí pero recuerdo que tardé años en atravesar esa calle. Quedaba como a unos diez metros de donde estaba mi casa, algo así; girando luego a la izquierda había otra calle muy larga que era la que llegaba hasta el bar, el bar de abajo, aunque creo que enfrente mismo, al salir de mi casa, había una bodega, un sitio encantador que olía a vino, a frío y a verano. También, callejeando desde esa calle pero de frente, se podía llegar a uno de los distintos sitios donde comprábamos pan, quizás lo de la foto sea una mezcla de varios días que pasé por allí pero lo que es inequívoco es que el muchacho vuelve a su casa tan feliz con algo bajo los brazos.


Ir y volver, las calles son más seguras que el amor o las madres porque siguen estando donde ya no las puedes tocar cuando los días desaparecen. Las calles tienen una memoria prodigiosa, se acuerdan de cada paso; ellas son, contra toda evidencia, lo verdadero imposible, cada mirada en ellas está hecha de lo que nunca se dejó ver, estuvo allí de una manera incuestionable, tanto que no es preciso prueba de realidad, son ellas por algo que no exigía más que su estar, sin el cual el sitio más deseado se mostraría, de repente, como confuso, desconocido o trivial.
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